Como curiosidad del local os dejamos una noticia que ocurrió en los años 50, aquí en la Calle Sueca, 22, donde esta ahora mismo Casa Amadeo.
La historia comienza en un caluroso 30 de Junio de 1950 en Valencia. Eran los años 50, por aquel entonces no había termómetros digitales instalados en las aceras ni existían muchas otras cosas de las que hoy en día disponemos. Uno de los medios de transporte principales era el ferrocarril, y en esos plenos calores valencianos, en las proximidades del tren a Barcelona , se encuentra un bulto escondido que contiene las extremidades inferiores y superiores de un hombre. Las partes desmembradas estaban dentro de un cesto de paja y en claro estado de descomposición y putrefacción. Como es lógico, quien pensó en esconder los restos cerca de las vías no cayó en la cuenta de que seguramente sería encontrado, dado que el ferrocarril era uno de los medios más utilizados por aquel entonces.
El macabro hallazgo puso en alerta a toda la ciudad de Valencia y la Comisaría de Ruzafa inició las diligencias oportunas (sin resultado) para averiguar las causas de este suceso más propio de una película de terror.
Por suerte para el cuerpo de policía, tres días después, detrás de un kiosco ubicado en un solar de la calle Sueca, esquina a la de Dénia, aparece una caja de grandes dimensiones que en su interior contenía dos sacos, atados con cuerdas, incluyendo cada uno de ellos la mitad de un tronco humano, seccionado por la cintura, descompuesto. La caja fue encontrada por el vigilante nocturno del barrio, que se aterroriza al verlo y pone en alerta a las autoridades. Curiosamente, el vigilante contó a la policía que encontró la caja después de una conversación con la esposa del conserje del Cine Oriente, limpiadora del local y de la que se separó para acudir a una llamada y que, al volver minutos después, encontró la caja en la esquina.
La policía ya tenía más pistas sobre lo que estaba ocurriendo, así que intensificó las gestiones, vigilándose especialmente el sector de las calles Dénia y Sueca, pues las circunstancias revelaban que era alguien cercano, del barrio. Días más tarde, los espectadores del cine y los vecinos del inmueble en que funciona la sala se quejan de un hedor a putrefacción y muerte, y que el dueño del local atribuye a las ratas muertas por el veneno que colocan para erradicarlas.
Pese a la explicación del propietario del cine, los investigadores de la policía relacionan los olores con los hallazgos. Pretenden interrogar al conserje, pero no es posible. Su nombre es Salvador Rovira, conserje del local y, según su esposa, María López Ducos, la limpiadora, había partido hacia Barcelona por un telegrama recibido la noche anterior a su salida, explicación que no corrobora la historia el vigilante nocturno con el cual conversó hasta altas horas de la madrugada. El vigilante no cree lo del telegrama pues la noche anterior conversó con el conserje y no le dijo nada al respecto. Se marchó con lo puesto, sin maleta y estas pesquisas restaban credibilidad a la versión de María, que afirmaba también de que Salvador pensaba pasar por Francia.
Rápidamente, la Policía intenta averiguar más cosas y poco a poco descubre que María no está casada, sino que era pareja del conserje Salvador Rovira Pérez, de cuarenta y cinco años y con antecedentes policiales. El hombre, que tiene esposa legítima, se halla separado de ella desde hace siete años aunque pasándole una pensión. Desde entonces vive con María López, mujer de carácter violento y muy enamorada de él, hombre mujeriego y borracho y que podría haber sido un factor desencadenante a tener en cuenta. Los vecinos y conocidos del lugar cuentan los altercados con fuertes riñas, saldadas por ambas partes con arañazos y hematomas. Esto aumenta las sospechas de la policía hacia María.
Así pues, con las pruebas circunstanciales obtenidas y las declaraciones de los vecinos del barrio, María López es interrogada, pero nada se obtiene de ella. El registro exhaustivo en el hogar de la pareja, prestada por el gerente del cine años atrás, es negativo a pesar de la fetidez que inunda las estancias de la casa, cosa que hace sospechar aún más a las autoridades, que no tienen en cuenta la afirmación de la mujer de que el olor provenía por estar cercana al lugar donde se acumulan las ratas muertas. Puesta en libertad, se estrecha vigilancia siguiéndole en sus movimientos, levantando aún más sospechas cuando comienza a quemar espliego en el domicilio, quien sabe si para hacer desaparecer el olor.
Después de esto, se vuelve a practicar un nuevo registro mucho más a fondo en casa del conserje donde aparecen papeles idénticos a los que envolvían los restos humanos hallados en el ferrocarril y en el solar. Una de las pruebas definitivas fue encontrar una barra de hierro con restos de pelos y sangre, una sierra, un cuchillo de carnicero, y, finalmente, en el cuarto de los trastos y detrás de la pantalla, debajo de una viga, una caja de galletas conteniendo una cabeza humana cubierta de tierra y estiércol.
Es entonces cuando María, sin titubear, cuenta la versión de lo que realmente ocurrió, dejando seguramente estupefactos a los policías que la interrogaban nuevamente. En su nueva versión cuenta que el 27 de junio, sobre las nueve de la mañana, tuvieron una riña y que al empujarle, Salvador cayó de espaldas, golpeándose contra un pivote de una viga, muriendo en el acto. Así pues, no se lo pensó dos veces al saber que estaba sola y nadie habría podido defenderla y sin más, provista de sierra y cuchillo, lo descuartiza formando tres lotes:
- El primero contiene las extremidades que arroja en una acequia cercana a la vía férrea.
- El segundo, el del tronco, lo abandona con demasiada precipitación en la esquina de la calle Sueca, porque la putrefacción avanza y además aprovecha la ausencia del vigilante nocturno tras distraerlo.
- El tercero, la cabeza, la oculta en el cuarto donde es hallada al practicar el registro.Cuenta además que para intentar despistar, afeitó las piernas y le pintó las uñas para hacer creer que eran de una mujer. La policía levantó el acta y detuvo finalmente a la autora del macabro crimen y el hecho se resolvió después de tener en vela a la ciudad de Valencia por aquellos días.Como nota anecdótica, por aquellos días se proyectaban la películas en sesión tripe de “La muralla invisible”, “Marte ataca a la Tierra” y “Tierra de Audaces” en el cine valenciano ubicado en C/ Sueca, 22, que comenzó su andadura en la época muda con el nombre de Cine Progreso.
Cabe mencionar que este macabro asesinato ha dado una película, “El crimen del cine Oriente” , dirigida por Pedro Costa, así como también un libro y relatos versionados para darle más aún misterio y terror a lo ocurrido.
